jueves, 17 de mayo de 2007




De la Revista Sangre y Cenizas No. 10

Por: Iván Zdeinert Ferrer

“El hombre tendría que tratar
de transformar la muerte para comprenderla”.
Karl Marx .

Transformar la muerte, separarla, darle nombre y un lugar en nuestras vidas, evitar el dolor, llevarla a otros espacios donde no será un fin, sino un comienzo u otro camino; para el hombre ha sido necesario reconstruirla. Actualmente se han generado nuevos signos y lenguajes en torno a la muerte en el sentido simbólico, dado que el cuerpo carece de una revalorización como instrumento privilegiado de la vida y la muerte, la segunda también es manipulada por el poder opresor como una manera más de controlar a través del miedo.

La muerte mantiene una doble relación con la colectividad y el inconsciente. Con la colectividad se socializa la muerte por la práctica de creencias y ritos. El doble enterramiento, la incineración, la inhumación, la momificación, son medios de negar la existencia de este evento natural, sin el cual sería imposible la vida para la especie humana rodeada de símbolos y ritos tranquilizadores, toda cultura mantiene en sí misma un deseo como esperanza de indestructibilidad y eternidad inconsciente.

Conocer mejor a la muerte es admitir que es necesaria para renovar la vida; las falsas esperanzas, las injusticias (los que mueren temprano, los que mueren mal, los que son matados para aprovecharse de ellos), sus dramas (la separación, la pérdida), los dolores que provoca (la agonía) o los placeres; a fin de prepararse mejor para ellos y no alimentar ilusiones inútiles, o tratar de retardar el inevitable desenlace; esto en beneficio de todos los hombres sin distinción de razas o de clases sociales.

La muerte provoca diversos ritos, algunos similares, otros no tanto, pero todos con un origen y un simbolismo determinado por la cultura que los reproduce. El culto a la muerte tiene y ha tenido gran presencia en México desde la época prehispánica, de una manera distinta a la que concebimos hoy en día.
Paul Kirchhoff creó el término "Mesoamérica" en 1943, definiéndolo como una superárea cultural con límites, composición étnica y rasgos culturales similares, que comprende el centro y sur de México, Guatemala, Belice, El Salvador y algunas porciones territoriales de Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Kirchhoff partió de cinco divisiones lingüísticas existentes en la superárea, hizo una comparación de objetos, que van desde un bastón para plantar o unas sandalias con tacones; de costumbres, como guerras para conseguir víctimas y sacrificarlas o beber huesos molidos de algún pariente muerto o el agua con el que se lava el cuerpo del difunto; de edificaciones, etc.
Mesoamérica es sinónimo de la presencia de un nuevo modo de producción, en el que la agricultura y el tributo son básicos y donde se establece una doble explotación: de una clase a otra de la misma sociedad, y de la clase dirigente de una sociedad de pueblos conquistados que le son tributarios, apropiándose así de una parte de la producción y del trabajo ajeno, presente a partir de los olmecas y que se irá extendiendo tanto en tiempo como en espacio a los límites que Paul Kirchhoff marca para el siglo XVI, con sus diversas fases en el desarrollo interno.
Dicha región es una de las seis cunas de civilización temprana de nuestro planeta. Muchos aspectos de las culturas antiguas de Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, parte de Costa Rica y México continúan en el presente y varias de estas invenciones culturales e intercambios se han esparcido a través del mundo.



El orden universal prehispánico se basó en la dualidad vida-muerte, por lo que había que mantener el equilibrio por medio de los rituales y la adoración a los dioses, como el sacrificio humano, en el que se moría para resurgir a la vida.
Los guerreros muertos en combate o sacrificio y las mujeres muertas en parto iban a acompañar al sol; los que tenían una muerte relacionada con el agua y los que morían por un rayo iban al Tlalocan, que era descrito como un lugar de eterno verano; por último, los que morían de forma natural o de enfermedades no relacionadas con el agua llegaban al Mictlán, que era el noveno y último nivel del inframundo.
Para llegar al Mictlán se tenía que pasar por diferentes lugares: la tierra, el río, el lugar en el que ondean las banderas, donde es flechada la gente, el lugar donde se comen los corazones y finalmente el lugar de la obsidiana de los muertos.
Los aztecas practicaban dos clases de ritos funerarios: la cremación y el entierro. Sepultaban sólo a los que morían ahogados, fulminados por un rayo, los enfermos, los hidrópicos y las mujeres muertas en parto. Los grandes personajes eran enterrados de otra manera, con toda solemnidad en cámaras subterráneas, sentados, ricamente vestidos y acompañados de sus armas. Los toltecas practicaban la cremación, los mixtecas y zapotecas hacían tumbas para sus personajes destacados; sólo se depositaban en cuevas a los personajes importantes. La mayoría de los habitantes eran incinerados, las cenizas se colocaban en una vasija con una cuenta de jade, símbolo de la vida y se enterraban dentro de casa.
Contemplando las pinturas en Teotihuacan, la entrada al paraíso o Tlalocan (lugar donde descansan los muertos) es una caverna, que forma la parte inferior de una deidad. Posiblemente este concepto fue heredado a los mexicas quienes también depositaban los restos de los sacrificados en cuevas. Los aztecas reverenciaban a numerosos dioses de la muerte; sin embargo, dos de estas deidades sobresalían: Mictlantecuhtli y la parte femenina, su esposa Mictecacíhuatl, ellos gobernaban juntos sobre el nivel noveno y más profundo del mundo inferior, el Mictlán.
Los dioses de la muerte tenían ayudantes, criaturas como: arañas, escorpiones, cienpies, murciélagos y tecolotes; éstos, como sus mensajeros, los "nueve señores de la noche”, estaban íntimamente asociados con la noche, la muerte y los nueve niveles de los mundos inferiores. La cueva era la entrada a la morada de los muertos para los totonacas, pero no era necesario que fueran enterrados en ella, disponían del yugo, que como instrumento ritual se utilizó para los personajes más importantes como un modelo o símbolo que unía al hombre con la tierra. El yugo está a manera de ofrenda en algunos entierros. En otros casos aparece el monstruo de la tierra, provisto de garras a la manera de Tlaltecuhtli o con entrelaces que reproducen a la serpiente de la tierra.
También para los mixtecos, las cavernas son la entrada al lugar de los muertos, la cueva de Ejutla en la cañada mixteca de Oaxaca es un ejemplo, ahí se localizaron más de 50 entierros al interior de cámaras mortuorias con estructuras rectangulares y celdas circulares asociadas a ofrendas con restos de huesos animales como perros, que al parecer acompañaban al muerto durante el segundo piso, por el paso del río en su viaje al inframundo. Según Heyden, las momias en los entierros en cavernas entre los mixtecas correspondían a sus reyes y señores, acompañados con muchas ofrendas y hasta códices.
En el área maya, los enterramientos humanos en cuevas con frecuencia estaban asociados a la cremación y a la colocación de los restos en ollas. Se habían localizado anteriormente dichas cuevas en el norte de Yucatán, que se suman a los actuales hallazgos en Chiapas entre los ríos Usumacinta y Grijalva, los de Belice y Guatemala, mostrando así una larga tradición de esa costumbre sobre todo para el Clásico, Posclásico y aún con presencia en la Nueva España. El dios maya de la muerte desempeñaba un papel muy importante en aquella región y con frecuencia se le encuentra representado en los tres códices mayas que se conservan; el mundo inferior quiché, Xibalba y sus señores merecieron atención considerable en el Popol Vuh.



En Chichen-Itza, en el Tzompantli se encontraron adornos de cráneos humanos Sobre esta plataforma había una empalizada para ensartar los cráneos de los sacrificados. El cuerpo saliente tiene representaciones de águilas y guerreros que llevan en la mano cabezas humanas, como en Tenochtitlan que atravesaban los cráneos con palos de manera horizontal. “En Monte Albán, las tumbas excavadas suman un total de 153 sobre las laderas de la montaña o en los patios de las construcciones. Las tumbas son de planta rectangular con muros verticales y techos de losas planas. En períodos posteriores se anexaron vestíbulos, nichos, banquetas, escalones, y techos con losas inclinadas. Se muestra gran culto a la muerte, donde parece ser que el culto al dios Murciélago fue definitivo, aunque por las urnas funerarias conocemos más de 18 dioses.
La existencia, desde entonces, de templos y posiblemente de un alineamiento de ellos y de la organización de la gran plaza de Monte Albán, las tumbas excavadas, los danzantes y todo el complejo que representan, la escritura y el calendario, son ya parte de los rasgos característicos de Mesoamérica, muy similares a los olmecas de Veracruz. Los rituales funerarios mostraban la existencia de una región cuya esencia se refiere a la vida, la muerte y la resurrección. Los dioses fueron el emblema de la transformación eterna del universo y del hombre.
La religión mesoamericana en general, en la época prehispánica, se caracterizó por su preocupación por la muerte. Numerosos personajes se concebían como gobernantes del lado oscuro del universo y tenían influencia sobre la noche y las profundidades de la tierra.
“La muerte en Mesoamérica mantenía una incorporación cultural importante, ya que el tiempo, el espacio y la inmortalidad entre las sociedades era parte de la permanencia cultural; mediante la participación ritual del grupo en el culto a la muerte se mantenía el control regulador de la sociedad. Los dioses en Mesoamérica tenían una función social asignada, como los de la muerte (reguladores, dadores de vida, protectores a través de sacrificios), con un tiempo-espacio dentro de la sociedad y una visión diferente de nuestro contexto. Pareciera que actualmente se le está dando a la muerte otro lugar y rasgos similares a los prehispánicos, a través de la apropiación del culto a la Santísima Muerte en diferentes contextos sociales, principalmente porque no es una muerte que quita, que despoja, es una muerte que otorga”.

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